Viajero es el viento

 

 

El viento es un andariego loco. No se sabe si rueda sobre sí mismo o si anda descalzo surfeando por el cielo. El viento es redondo, me dijo un santiagueño.
Quiere destechar las casas, llevarse hasta el medio de Atlántico el techo entero de un gimnasio, desarmar un galpón industrial como si fuera un castillo de naipes; sacudir cables, arrancar la ropa de los cordeles, esmerilar los vidrios, silbar sobre el filo de una chapa una melodía delgadita de volumen variable, pero siempre soprano. Para mí, el viento es soprano y silba en do, si dudas. Sin embargo, tiene varias “notas”, son notas de papel que escribí en momentos diferentes (esta es una de ellas) y no puedo evitar que se filtren frases anteriores.

 

Un pueblo nómade de naturaleza tibetana afirma que el viento es un caballo blanco que lleva las plegarias a los dioses. Para nosotros es una voz eterna que se desliza haciendo rafting sobre el cauce intermitente (el curso adivinado) del Río Deseado y que se oye con la piel; la meseta lo escucha con la piel.
Se ríe de los anemómetros, pero me han dicho que respeta al maitén. Es su árbol preferido. El maitén no se dobla porque el viento se bifurca, a propósito, cuando pasa sobre ellos. A los álamos los aplasta contra el suelo, les hace besar la alfalfa, pero el álamo es porfiado y se levanta cuando llega la calma, derechito.

Dicen que se arrepiente de haber volado nidos, dicen que se tortura porque a veces juega con los pájaros, las cosas y la gente. El viento le confesó cosas a Roberto Yacomuzzi, como disculpándose: que el árbol ya estaba viejo, que a veces los pichones son apresurados. Ese día, dice Roberto, el viento “Iba quebrado de culpas y en su lomo de distancia no cabalgaba ni un pájaro. Era un fantasma ese viento (agrega), un alma en pena penando”.
“Que nadie pise este suelo sin pedir permiso al viento” pide (o advierte) Eduardo Guajardo. Y asegura que es el viento quien más sabe de la extensión de nuestra tierra.

No sé. Yo les aseguro que cuando “chifla” el viento, es mala señal.

No salgas al viento. Te puede arrancar la cabeza de cuajo, te hará morder el polvo, te retorcerá, te agitará en el aire como una bolsa plástica vacía y te dejará para siempre pegado a los alambres para que te seques, y desaparezcas recién al cabo de dos mil años de agonía
Y si alguna noche, disfrazado de papel en blanco, revolotea junto a tu casa, no le abras. No le abras la puerta al Viento.

De: “Un camino de mil leguas”